El individuo educado es aquel que reconoce la legitimidad de toda ley que le impone un comportamiento admisible y aceptable por todos, es decir un comportamiento racional y razonable. Pero es también el individuo que captaría la ilegitimidad de toda ley que le impusiera no respetar a la persona de otro como a sí mismo, que le obligase por ejemplo a considerar tal o tal otra categoría de seres humanos como a simples cosas.
Que el mundo está desordenado por la injusticia y la violencia, es una constatación inapelable de cualquier conciencia sana; y que por lo visto debemos ser nosotros los nacidos para remediarlo resulta una mala pasada del destino, como señaló oportunamente Hamlet. Ahora bien, la pregunta es: que podemos hacer? O, por plantearla de otro modo. ¿cómo ser eficazmente revolucionarios? La revolución entendida como guerra civil entre clases, como asalto al Palacio de Invierno, resulta poco tentadora en los países desarrollados pues crearía ciertamente nuevos males y no es seguro que resolviese ninguno de los antiguos. Nuestras democracias aspiran a transformar y mejorar sus instituciones, no a destruirlas. Hemos aprendido ya la lección de Albert Camus, cuando advirtió que en política son los medios los que justifican el fin. Pero esta lección de prudencia y de cordura no puede confundirse con un baño de resignación. Es preciso combatir lo que detestamos sin destruir indiscriminadamente lo que ya hemos conseguido desde hace por lo menos un para de siglos. Aunque no compartamos el simplismo brutal de quienes creen en basta con bombardear a los fanáticos ( y también, ay, a quienes inocentemente les rodean) para acabar con los temores que nos amenazan, es evidente que algo radical y profundo debe ser intentado para que los mejores logros civilizados no sean simples promesas o patrimonio exclusivo de algunas etiles. De modo que podemos compartir la desazón de Hamlet: ¿por dónde empezar la revolución difícil pero necesaria? Pues bien, yo elegiría comenzar por la educación.
Por supuesto, la educación a la que me refiero no consiste en la instrucción básica ni en la mera preparación para desempeñar tareas laborales en cualquier campo, por esencial que sea la adquisición de tales conocimientos y destrezas. Ni siquiera estoy pensando en la educación como proceso que nos familiariza con los más distinguidos hábitos culturales (historia, geografía, artes plásticas, literatura, idiomas extranjeros..) aunque sin su desarrollo sea imposible imaginar una verdadera formación humana plena. Cuando digo educación me refiero a educación cívica, es decir en la preparación que faculta para vivir políticamente con los demás en la ciudad democrática, participando en la gestión para distinguir entre lo justo y lo injusto. Si las pasiones gremiales no me ciegan, me creo autorizado a suponer que esta concepción de la educación tiene especialmente que ver con la filosofía, tanto por su reflexión sobre la práctica social y los valores que la orientan como por su preparación para la comunicación argumentada.
El autentico problema de la democracia no consiste en el habitual enfrentamiento entre una mayoría silenciosa y una minoría reivindicativa o locuaz, sino en el predominio general de la marea de la ignorancia. ¿Qué otra cosa puede contribuir mejor a resolverlo que la educación cívica?
Una destacada teoría de la educación democrática, insiste en recordar el dictamen de Aristóteles en su tratado de política, cuando afirma que "nadie puede llegar a gobernar sin haber sido antes gobernado". Pues se trata de eso precisamente, es decir, aprender a obedecer a las leyes y las autoridades legítimas, asumir los valores compartidos, recibir lecciones prácticas de equidad, etc. es un requisito imprescindible para poder llegar en su día a gobernar con responsabilidad. El destino de gobernante, en los regímenes autocráticos o oligárquicos, corresponde a unos pocos y por tanto en tales sociedades sólo esos elegidos serán preparados para la dirección de la colectividad. Pero lo esencial de las democracias es que en ellas no hay especialistas en mandar y especialistas en obedecer, sino que todos los ciudadanos deben ejercer alternativamente ambos papeles. Por eso son ciudadanos porque participan en el gobierno y aprueban o revocan las leyes por las que rige la comunidad.
" ser ciudadano pleno significa participar tanto en la definición de algunos de sus parámetros generales; significa tener conciencia de que se actúa en y para un mundo COMPARTIDO con otros y de que nuestras respectivas identidades individuales se relacionan y se crean mutuamente. "
Fernando Savater