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martes, 7 de febrero de 2012

Autoestima un bien básico


No se suele mencionar la autoestima en la lista de bienes básicos imprescindibles para vivir bien. Los bienes primarios más reconocidos remiten a los llamados "derechos sociales" y son la educación, la protección de la salud, el derecho a una pensión y el subsidio de desempleo. Entre estos bienes básicos no figura la autoestima como un logro sin el cual nadie puede aspirar a ser algo en la vida ni verse con capacidades suficientes para llevar a cabo sus propósitos y hacer realidad sus sueños. Parece darse por supuesto que si alguien tiene acceso a la educación, a ser hospitalizado cuando está enfermo, a recibir una pensión cuando se jubila o a una compensación si se queda sin trabajo, todo ello es suficiente para que podamos sentirnos tranquilos y seguros de que nuestro plan de vida, seal el que sea, podrá llegar a realizarse.
En parte eso es cierto. La protección social que proporciona el estado del bienestar tiene como fin recortar las desigualadades y garantizar a todos, pero en especial a quienes no podrían obtenerlo por sí mismos, lo mínimo necesario e imprescindible para vivir bien. No se trata de una protección para vivir opíparamente, sin para que las personas puedan arreglárselas sin sentirse totalmente al margen de la sociedad en la que viven.
Pero no hace falta ser muy perpicaz ni hacer grandes investigaciones para caer en la cuenta de que alcanzar y mantener la autoestima es un poco más complicado. No todos lo consiguen, entre oras cosas porque los derechos fundamentales cubren unos mínimos tan mínimos para algunos que solamente con estos derechos la autoestima no florece.
A lo largo de la historia del pensamiento, algunos filósofos ya consideraron la autoestima como un valor que debíamos cultivar. No le dieron el nombre de "autoestima" que es una denominación muy de nuestro tiempo, muy propia de la querencia actual por la psicología. Aristóteles, por ejemplo se refirió a la virtud de la "magnanimidad", literalmente traducible por grandeza del alma.


Magnánimo era el ser virtuoso, el que poseía las cualidades que el hombre bueno debe adquirir a lo largo de su existencia - justicia, coraje, templanza y prudencia-. El hombre bueno, porque ha sido capaz de desarrollar todos esos atributos, puede sentirse orgulloso de ser como es, una persona buena y virtuosa. Es importante destacar que, para Aristóteles, la autoestima deriva de la posesión de la virtud; es decir; que el orgullo que siente el hombre virtuoso es un orgullo con fundamento moral, es la satisfacción por haber logrado algo que es costoso y que le convierte en un modelo a seguir. Sería absurdo, pensaba el filósofo Aristóteles, que el ser virtuoso ocultara el valor de sus virtudes. No debe hacerlo, debe estar contento de poseerlas y manifestarlo. Su autocomplacencia es legítima.
De forma distinta lo vio otro erudito varios siglos posterior a Aristóteles. Se trata del filósofo, economista e historiador escocés David Hume, en el siglo XVIII; el siglo de la Ilustración. Los tiempos eran muy distintos. En Europa, especialmente en el Reino Unido, había una democracía incipiente que pretendía acabar con los privilegios de la nobleza y el clero, reconociéndoles a todos los hombres el derecho de propiedad, que era la puerta de la libertad. Ser propietario significaba ser ciudadano de pleno derecho y permitía al sujeto estar orgulloso de ser quien era. La propiedad era la base de la autoestima.
El cambio, desde la época en que vivió Aristóteles, era inmenso. Por una parte, no era el ser buena persona lo que generaba autoestima, sino el tener propiedades. Por otra parte, el derecho a ser propietario y el derecho a la libertad se empezaban a proclamar como un derecho universal, aunque en la realidad, estaba lejos de serlo.


Menta sana (Jorge Bucay)