Lo primero que la razón identifica son los peligros y ante ellos reacciona, inventa y alza previsiones. La primera y fundamental obra maestra de la libertad humana es la norma social, la pauta de nuestra colaboración y nuestro contrato de protección de mutua asegurada. Todo lo demás viene por añadidura. Hoy, quienes crecemos y vivimos en sociedades organizadas las padecemos ya como otra forma de naturaleza y nos quejamos de las cortapisas que nos imponen, así como de la soledad y del desamparo "naturales" que sentimos en ellas, a pesar de sus promesas acogedoras.
Obra de nuestra libertad de seres dependientes y vulnerables, la asociación basada en leyes y costumbres trata de configurar un ámbito en el que podamos desarrollar elecciones que no siempre sean a vida o muerte. Un ámbito en el que el tiempo esté considerado de acuerdo con la pequeña medida de nuestro ciclo vital no según las abrumadoras magnitudes de los ciclos cósmicos.
Siendo sociables vivimos de acuerdo con el recuerdo de lo amado y perdido, así como en la previsión que nos permitirá todavía por un poco conservar lo que ahora amamos.. minucias que nada cuentan para el transcurso inacabable de los eones que nadie puede satisfactoriamente computar ( la invención social de un Dios contradictoriamente eterno y personal intenta localizar imaginariamente cómputo imposible). La sociedad es nuestra prótesis básica para luchar desde la libertad contra el destino..
Cada una de las instituciones que prácticamente acuñamos (leyes, costumbres, técnicas, etc...) intentan proporcionarnos un punto de partida y un apoyo que potencie nuestra libertad de acción, suavizando las elecciones irremediables entre vida o muerte a la que nuestra condición sumamente vulnerable de seres naturales nos constriñe para así permitirnos otras más enriquecedoras. Si cada mañana tuviésemos que inventarlo de nuevo todo para sobrevivir, el esfuerzo de nuestra libertad jamás habría podido despergarse de los dictados más inmediatos de la necesidad. Los estímulos incesantes del incontrolable universo, sus riesgos y amenazas, nos impondrían un pugilato que dejaría extenuadas nuestras fuerzas creadoras; esas mismas energías que socialmente resguardadas por las instituciones han aprendido luego a dedicarse a menos urgentes deleites y exploraciones. Quizá sea Arnold Gehlen el pensador contemporáneo de las instituciones humanas a cuyo conjunto llamamos cultura., en el desarrollo y liberación de nuestra personalidad racional.
La visión ingenua supone que seríamos más auténticos y originales si no tuviésemos ningún molde cultural para orientar y prefigurar la mayor parta de nuestras opciones cotidianas. Con palabras de Gehelen, si "bien las instituciones nos simplifican en cierto modo, aucñando y tipificando, no sólo nuestra conducta, sino también nuestro pensamiento y nuestra personalidad, nos permiten reservar energías para ser una individualidad original en su medio, o sea para actuar aportando mucho, con inventiva con provecho.
Quien quiera ser una personalidad no sólo en su medio, sino en todos los medios, sólo está destinado a fracasar".
