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miércoles, 11 de mayo de 2011

Lavado de cerebro

En la década de 1950, al final de la Guerra de corea, algunos soldados americanos que habían estado presos empezaron a defender a muerte la causa comunista. Las autoridades militares de Estados Unidos se dieron cuenta de que algo raro pasaba. Un cambio tan radical era por algo. ¿ Qué sucedió en la cárcel para que estos hombres renegasen de la política de su país y alabasen las teorías maoistas?
En 1993, después de 51 días de asedio policial a una granja de Texas, más de setenta miembros de la secta de los davidianos murieron en un enfrentamiento con la policía. Eran personas normales y corrientes, pero, en un momento dado, lo habían abandonado todo para seguir al líder: un iluminado que se auto-proclamaba la reencarnación de Cristo. No dudaron ni un momento en luchar hasta morir para defender sus creencias y su comunidad. 
Las denuncias por violencia doméstica no dejan de aumentar año tras año en todo el mundo. Bajo la presión del agresor, las víctimas lentamente se alejan de la familia y los amigos, y se convierten en blanco fácil para sus maltratadores. Con la autoestima por los suelos y todos sus proyectos frustrados piensan que el problema es suyo y la culpabilidad las mantiene al lado de su agresor. Se someten por completo a la autoridad cruel y sin límites de un pequeño tirano. 
¿cómo se llega a una situación así? 
Los tres párrafos anteriores son tres ejemplos de lavado de cerebro. En ellos se puede observar un proceso mediante el cual uno o varios individuos han conseguido su propósito manipular el tesoro más preciado del hombre su mente. Pensamos que nuestro pensamiento es intocable pero resulta relativamente fácil transformarlo. Con una buena técnica es factible reemplazar unas ideas por otras. La finalidad básica es evidente: eliminar la identidad independiente de la víctima para que no entorpezca el control total que se pretende ejercer sobre ella. 
El deseo de controlar la mente de otro es tan antiguo como el hombre. A lo largo de la Historia se han desarrollado técnicas de lavado de cerebro muy variadas. Algunas de las formas más crueles son la tortura y el acoso psicológico. Pero también hay otras formas más sutiles: publicidad y educación. 
Una actúa en beneficio de la otra: la manipulación de ideales y principios que consigue el tándem formado por educación y publicidad es poderoso y duradero. La educación encuentra la diana más fácil en la mentes jóvenes: su objetivo es forjar ciudadanos para que mejoren su poder adquisitivo y también inculcarles una buena predisposición a consumir. Del resto se ocupa la publicidad, que promete un poco más de felicidad con cada compra. No nos sentimos amenazados por este lavado de cerebro sigiloso: los permitimos. 
Tenemos una imagen de nosotros mismos muy elevada: creemos que somos seres libres, que tenemos unas creencias fundadas y que son difíciles de cambiar. Nos gusta pensar que nuestras mentes son sólidas e invulnerables y que podemos decidir quién nos influye y quién no. Pero hay pocas cosas más alejadas de la realidad y quién no. Perohay pocas cosas más alejadas de la realidad que este espíritu vanidoso. Somos influenciables por naturaleza. 
Las emociones nos traicionan y son el principal desencadenante de los cambios que suceden en nuestra mente. Una melodía que nos haga estremecer nos seducirá y fijará un anuncio publicitario en nuestra memoria. 
En los casos más radicales de lavado de cerebro, el miedo, la pena o la soledad obligarán a una persona a ceder. No podrá soportar la presión y cambiará su modo de pensar y de ser. Las nuevas creencias quedarán íntimamente ligadas a estados emocionales extremos y la víctima se verá irremediablemente atrapada en su nueva percepción de la realidad. 


Eduardo Punset

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